jueves, 2 de febrero de 2017

JUDIT. CAPÍTULO 8.

La mujer valiente.    

81Entonces se enteró Judit, hija de Merarí, hijo de Ox, de José, de Uziel, de Jelcías, de Ananías, de Gedeón, de Rafaín, de Ajitob, de Elías, de Jelcías, de Eliab, de Natanael, de Salamiel, de Surisaday, de Simeón, de Israel.
2Su marido, Manasés, de su tribu y parentela, había fallecido durante la siega de la cebada; 3cuando atendía a los que agavillaban en el campo tuvo una insolación; cayó en cama y murió en Betulia, su ciudad; lo enterraron en la sepultura familiar, en su finca, entre Dotán y Balamón.
4Judit llevaba ya viuda tres años y cuatro meses. 5Vivía en su casa, en una habitación que se había preparado en la azotea; ceñía un sayal y vestía de luto. 6Desde que enviudó ayunaba diariamente, excepto los sábados y sus vísperas, el primero y el última día del mes y las fiestas de guardar en Israel. 7Era muy bella y atractiva. Su marido, Manasés, le había dejado oro y plata, criados y criadas, rebaños y tierras, y ella vivia de ello. 8Era muy religiosa, y nadie podía reprocharle lo más mínimo.
9Cuando se enteró de que la gente, desalentada por la falta de agua, había protestado contra el gobernador, y que Ozías les había jurado entregar la ciudad a los asirios pasados cinco días, 10Judit mandó a su ama de llaves a llamar a Cabris y Carmis, concejales de la ciudad, 11y cuando se presentaron les dijo:
-Escuchadme, jefes de la población de Betulia. Ha sido un error eso que habéis dicho hoy a la gente, obligándoos ante Dios, con juramento, a entregar la ciudad al enemigo si el Señor no os manda ayuda dentro de este plazo. 12Vamos a ver: ¿quiénes sois vosotros para tentar hoy a Dios y poneros públicamente por encima de él? 13¡Habéis puesto a prueba al Señor todopoderoso, vosotros, que nunca entenderéis nada! 14Si sois incapaces de sondear la profundidad del corazón humano y de rastrear sus pensamientos, ¿cómo vais a escrutar a Dios, creador de todo, conocer su mente, entender su pensamiento? No, hermanos, no enojéis al Señor, nuestro Dios. 15Porque aunque no piense socorrernos en estos cinco días, tiene poder para protegernos el día que quiera, lo mismo que para aniquilarnos ante el enemigo. 16No exijáis garantías a los planes del Señor, nuestro Dios, que a Dios no se le intimida como a un hombre ni se regatea con él como con un ser humano. 17Por lo tanto, mientras aguardamos su salvación, imploremos su ayuda, y si le parece bien, escuchará nuestras voces. 18Pues, en nuestro tiempo, y hoy mismo, no ha habido tribu alguna, ni familia, pueblo o ciudad que haya adorado a dioses hechos por manos humanas, como ocurría antaño, 19y por eso nuestros antepasados fueron entregados a la espada y al saqueo, y sucumbieron de mala manera ante nuestros enemigos. 20Nosotros, en cambio, no reconocemos otro Dios fuera de él. Por eso esperamos que no nos desprecie ni desatienda a nuestra raza. 21Porque si caemos nosotros, caerá toda Judea, nuestro templo será saqueado y esa profanación la pagaremos con nuestra sangre; 22en las naciones donde estemos como esclavos seremos responsables de la muerte de nuestros compatriotas, de la deportación de la gente del país y de la desolación de nuestra heredad. Y seremos la irrisión y la burla de quienes nos compren, 23porque nuestra esclavitud no acabará bien, sino que el Señor, Dios nuestro, la aprovechará para deshonrarnos. 24Así que, hermanos demos ejemplo a nuestros compatriotas; que su vida depende de nosotros, y en nosotros se basa la seguridad del santuario, del templo y del altar. 25Demos gracias al señor, Dios nuestro, por todo esto, pues nos pone a prueba como a nuestros antepasados. 26Recordad lo que hizo con Abrahán, cómo probó a Isaac y lo que le pasó a Jacob en Mesopotamia de Siria cuando guardaba los rebaños de su tío materno Labán. 27Dios no nos trata como a ellos, que los purificó con el fuego para aquilatar su lealtad; no nos castiga; es que el Señor, como advertencia, azota a sus fieles.
28Entonces Ozías le dijo:
-Todo lo que has dicho es muy sensato, y nadie te va a llevar la contraria, 29porque no hemos descubierto hoy tu prudencia; desde pequeña conocen todos tu inteligencia y tu buen corazón. 30Pero es que la gente se moría de sed y nos forzaron a hacer lo que dijimos, comprometiéndonos con un juramento irrevocable. 31Tú, que eres una mujer piadosa, reza por nosotros, para que el Señor mande la lluvia, se nos llenen los aljibes y no perezcamos.
32Judit les dijo:
-Escuchadme. Voy a hacer una cosa que se comentará de generación en generación entre la gente de nuestra raza. 33Esta noche os ponéis junto a las puertas. Yo saldré con mi ama de llaves, y en la plazo señalado para entregar la ciudad al enemigo, el Señor socorrerá a Israel por mi medio. 34Pero no intentéis averiguar lo que voy a hacer, porque no os lo diré hasta que lo cumpla.
35Ozías y los jefes le dijeron:
-Vete en paz. Que Dios te guíe para que puedas vengarte de nuestro enemigo.
36Luego salieron de la habitación y cada uno se fue a su puesto.

Explicación.

8 Por fin, transcurrido casi la mitad del libro, aparece la protagonista. El autor ha querido esperar hasta el último momento: cuando el pueblo desespera, cuando "ya no hay quien les ayude", cuando Diosmismo está emplazado. La presentación es solemne: como lo merece la expectación, pero a la vez retrasando el movimiento. Es la segunda vez que el narrador se detiene para contar hechos precedentes (en una narración tan lineal).
8,1 La genealogía sube por diecisiete peldaños hasta el patriarca Jacob o Israel; es de la tribu de Simeón.

8,3 Esta muerte recuerda la historia de 2 Re 4,18-20.

8,4-8 El autor nos ofrece un ideal de vida ascética particular: por un lado, retiro y ayunos; por otro lado, riquezas bien administradas; era muy religiosa, pero no había tenido hijos (el principio de la retribución ya no funciona). Los ayunos no llegaban a demacrar su belleza. Implícitamente se dice que era muy buen partido y que se mantenía fiel al recuerdo del marido muerto.

La belleza será factor decisivo de su actuación; el prestigio de su vida le permitirá enfrentarse con los jefes.

8,9-11 Judit no se presenta a los jefes, sino que los cita en su casa; como Débora a Barac (Jue 4). Ni aun para esto abandona su clausura, y así tendrá más relieve lo que hará pronto.

8,12-27 Atención al discurso de Judit, que por él el autor está predicando a sus contemporáneos; y está denunciando el partido político de la sumisión a Antíoco. Es un discurso de tono profético, de estilo algo dilatado. Está encerrado en el contraste fundamental, que da sentido a todo el libro: el hombre no debe tentar o poner a prueba a Dios, Dios pone a prueba al hombre. Lo primero es un pecado, lo segundo es un honor.

El primer pecado está analizado en sus agravantes: la ignorancia del hombre, que intenta medir a Dios con sus medidas temporales, frente al poder de Dios, superior a los plazos humanos.

Bastante espacio ocupa el análisis de las consecuencias de la rendición: para el templo y el pueblo, para sí mismos, que se harán responsables de todo y serán castigados por los hombres y por Dios. Esta tremenda responsabilidad es motivo para resistir con valor. La responsabilidad por toda la nación puede descansar un día sobre un grupo pequeño y poco significativo.

Finalmente, el ser sometidos a pruebas por Dios les confiere una dignidad semejante a la de los patriarcas. No es castigo de un pecado; con tranquila conciencia y corazón agradecido pueden arrostrar los sufrimientos de la hora.

Hay otro punto interesante en el discurso: aunque Judit ya tiene concebido su plan liberador, no comienza exponiéndolo; primero tiene que convertir a los jefes para que el plan resulte, para que renazca la esperanza y la liberación sea recibida como es debido. Aunque ella va a asumir personalmente la responsabilidad, necesita hombres solidarios en esa actitud de responsabilidad. De algún modo tendrán que colaborar, fiándose y otogando un permiso extraño.

8,12 Véase el salmo 78, especialmente vv. 18ss, 41ss, 56.

8,14 "Escrutar a Dios": Prov 25,3; "La altura del cielo, la hondura de la tierra y el corazón de los reyes son insondables"; Sal 139,17; Is 40,13; Sab 9,16: "Apenas adivinamos lo terrestre y con trabajo encontramos lo que está a mano; pues ¿quién rastreará las cosas del cielo?".

8,15 Como dice el Sal 75,3: "Cuando elija la ocasión, yo juzgaré rectamente".

8,16 Sab 6,7: "El dueño de todo no se arredra, no le impone la grandeza".

8,18 Judit rebate el argumento con que los vecinos querían justificar la rendición: aceptar el castigo de sus culpas. No hay tal culpa; la desgracia y amenaza actual no es castigo, sino prueba. Véase la motivación de Sal 44,18.

8,20 Se refiere al primer mandamiento, fundamento de todos.

8,23 Según Lv 26,39-45, habrá espacio para una reconciliación final; en cambio Dt 28 termina con el desastre final. Judit afirma que la esclavitud propuesta no sería solución, porque no es el designio de Dios; sería, por el contrario, una culpa definitiva.

8,25-26 Véanse Gn 22; 26; 29.

8,27 Véanse Sal 26,2; 139,23; 66,10; Is 48,10.

8,28-31 ¿Son irónicas las palabras pronunciadas por Ozías o son sinceras? En el primer caso dirían "ya sabemos que eres muy lista y muy buena; pero no entiendes la situación presente, y aunque reces, no es época de lluvias"; en el segundo caso Ozías llega a reconocer en Judit un poder semejante al de Elías para atraer la lluvia. En todo caso, Ozías se disculpa y persiste en la decisión irrevocable.

8,30 Ozías piensa que el juramento es irrevocable, aunque Judit haya mostrado que era injustificado. Algo semejante sucede en otros casos: Josué no se puede volver atrás de un juramento pronunciado sin consultar al Señor, Jos 9,19-20; Jefté cumple su juramento desatinado y sacrifica a su hija única, Jue 11,45; Saúl exige cuentas por el incumplimiento de un juramento imprudente, 1 Sm 14.

8,33 Judit acepta el plazo, respetando el juramento. Su silencio ante los jefes es también para el lector, para avivar el interés por el desenlace.

La Vulgata ofrece una versión muy diversa del discurso de Judit: bastante más pobre, aunque con tono más piadoso.

No hay comentarios:

Publicar un comentario